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Darvina, la de los Zapatos Sucios


Darvina la de los Zapatos Sucios






Erase una vez Darvina, la de los zapatos sucios. Le encantaban sus zapatos que tenían rasgos de su vida marcados en ellos. Zapatos que hubiesen caminado por varios lugares: por palacios, por casas elegantes, por pueblos, ríos, bosques, por mercados, por carreteras largas que la vida le había presentado.

Cada vez que ella pasaba por algún lugar nadie la notaba, pues pasaba por desapercibida aunque tuviese una sonrisa en su cara. Sus zapatos sucios eran su emblema, no los cambiaba por nada en el mundo, rotos como estuviesen, cómodos como un guante.

Una vez caminando por la carretera se le apareció un anciano, sentado a la orilla cuidando una oveja blanca. La oveja con su melena enredada y manchas de gris, reflejaba pintadamente sus zapatos, grises, entriblancos, negros y sucios - re sucios. Pareciera que hasta tuvieran un olor no muy agradable.

A Darvina no le importaba. El mundo la había hecho así. Alguna vez tuvo sus zapatos de charol rojos, brillantes y pulidos. Se los lustraban a diario, con su vestido de esponja extendida y el chofer que le habría la puerta para llevarla a ir a la próxima fiesta élite en algún lado. De chiquita a veces la llevaban a una piñata con su colorado vestido rojo y moños prensados en su cabello oscuro. 

Estaba arta. Arta de vivir en un mundo de lujos donde los tesoros que se buscaban eran muy lejanos de los tesoros de corazón que ella amaba encontrar. Sus zapatos, su adoración. Así nadie ni la volteaba a ver con esa mirada, que muchas veces apagaron su vela.

Pues las envidias de esa vida pasada de lujos que ya le parecía muy ajena y lejana, la había arrasado y arrastrado a un lugar donde su corazón en trizas tuvo que levantarse.

Así libre, era feliz. A veces parecía tener 5 años de edad. El mundo ya no le latía, le latía lo verdadero. Lo realmente valedero, las plantas, los ríos, las praderas, los animales.  Se comunicaba con ellos todo el tiempo. Sus zapatos le permitían esconderse entre los árboles sin ser vistos. Lo cual le ayudaba a acercarse más a ellos.

Con la humanidad no pudo más, su generosidad, su bondad y su gentileza fueron muchas veces pisoteadas, sin embargo ella todo lo devolvía  con una sonrisa. Hasta que su cuerpo no pudo más, su alma no pudo más y se lanzó  a vivir otra vida.

Darvina había conocido a alguien muy especial, ese alguien especial le hizo ver que las estrellas del cielo eran alcanzables con una mirada directa del corazón, con un anhelo de un suspiro de Dios, una palabra verdadera de Amor, pura, sin condición.

Lo increíble era que Darvina por donde pasara levantaba polvo. Se hacían tornados, humos y demás, donde  en medio ella desaparecía  sin ser vista. Siempre se preguntaba la gente, que era ese polvo que se levanta de la nada, ese revoloteo. Su Alma viva, siempre viva.

Un alma en pena que alumbró e iluminó el cielo con su inocencia que alguna vez se la quisieron robar, pero que ella lucho por recobrarla y retenerla.




II


Se sentó al lado del anciano, y le preguntó: "En algo puedo ayudarle?"

El anciano rascándose la cabeza le dijo: "Sí," a lo cual ella se asombró. 

"Dime" le respondió ella.

"Ya quítate esos zapatos viejos."

"Mis zapatos viejos?"

"Sí linda, tus zapatos viejos y sucios." le insistió.

"Ya es hora que retornes a tu tierra, a tu familia, a tu gente, no crees?" agregó.

Darvina se le quedó  mirando, mares de lágrimas corrían por sus mejillas.

"No puedo." le declaró ella. "Son mi adoración, mi identidad, mi todo."

"Lo comprendo," le dijo el anciano. "Ven siéntate más cerca, hay algo que quisiera demostrarte.''

Ella  se le acercó un poco más y él comenzó a hablar y hablar y hablar sin cesar. Ella. Escuchaba.

La noche oscureció y se pusieron a ver las estrellas.

"Ves esa que está allá?" le preguntó  el Anciano.

"La que está brillante, la que titila?" le respondió Darvina.

"No," le respondió. "La de al lado, la más apagadita."

"Ah, sí ," dijo ella.

"Ves?" le dijo él.

"Veo" le respondió ella.

"Ya comprendiste?" 

"Ya!" 

Tomó sus zapatos sucios, se los quitó y se los entregó a Vedas, el anciano. Y empezó a caminar hacia su nuevo destino.

"No será fácil," le dijo Vedas.

"Lo sé," dijo ella volteando a verlo por última vez, "pero estoy dispuesta. Gracias."

"Porqué ?" le respondió el viejo.

"Por hacerme ver... Gracias!"

"Ah," le respondió, "ve, ve... lo encontrarás, ya verás."

"Eso espero... Gracias."

"No dejes de mirar a la estrella, la apagadita. Ella te hará saber."

Darvina se empezó alejar y a caminar descalza hacia su nuevo destino. 






Lo que le esperaba no era fácil, pero era el camino... al desaparecerse ella en el horizonte. Vedas mirando hacia arriba, sonrió y dijo: "Por fin!"

Sentado en la grama vió a la lejanía que se oscurecía y allí en el cielo aparecía, esa estrella apagadita que algún día volvería a brillar. 






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